jueves, 15 de noviembre de 2007

Laurel

I

Prestigio buscaban los de antes. Ahora se había convertido en un oficio más comunacho. En el gremio ya se quejaban, él lo sabía porque a veces trabajaban en equipo, eran pocas, sin embargo hacía unas semanas le había tocado y tuvo oportunidad de juntarse con dos compañeros. Hablaron largo y tendido. No se si llegaban a ser gremio, pero el solo hecho de que lo discutieran muestra un panorama. Laurel estaba dándose una ducha cuando lo llamaron de la oficina y le dijeron que a las tres en Palermo tenía una tarea. Atendió, entre el vapor del baño, su teléfono inalámbrico que reposaba arriba de la toalla que dejaba siempre sobre el inodoro. Salio despacio, se secó con especial hincapié las axilas. Hacía poco había tenido que soportar un hongo que lo tuvo loco por mucho tiempo y la verdad que para el trabajo molestaba, un picazón de improvisto en las axilas podía ser mortal, pero para un objetivo equivocado, y eso si que jamás se lo perdonaría. Ayer había tenido una buena noche entre amigos, había terminado con algo que hacía tiempo lo inquietaba, su relación con Patricia. Desde el verano que no andaban bien. No se peleaban casi nunca, pero entre sus conversaciones la ironía bailaba una pieza larga. Tardó en darse cuenta, la ironía es un arma que rasga pero arde más tarde y por un tiempo prolongado. Después de unos segundos se encontró meditando acerca de la decisión que había tomado. Volvió a la realidad cuando la toalla ya le raspaba de tanto pasársela, poco más y se sacaba lustre. La noche había empezado tranquila, en el bar de Jorge, en medio del nuevo soho de Buenos Aires. Es el más modesto, la verdad que la pegó el negro, antes era un almacén y ahora con un par de milanesas caseritas y unos pancitos condimentados había pasado a formar parte del lugar más progre de la ciudad. Aparte si sos viejo y progre sos dos veces progre. Ayer las cervezas salían como si las sacaran con un aljibe por debajo de la tierra, sin embargo Laurel estuvo medido e intercalaba una pinta con un vaso de agua mineral. Sonreía con los amigos cuando del otro lado del vidrio apareció Patricia. Sin escándalos, lo miró, él sabía a que venía. Se abrazaron fuerte parados sobre la vereda - así no tiene sentido - todavía esas palabras le resonaban. Animarse a decirle adiós, animarse a verla partir. Después volvió a la rueda de cervezas que todavía conservaba entusiasmo por parte de los comensales que respetaron su silencio póstumo. No dijo nada porque cada vez que hablaba de su vida temía que le pregunten por su trabajo. No le daba vergüenza pero parte de su cachet estaba relacionado con su anonimato.

II

Que atrevida esta vieja, pensaba Epifanio, luego de haberse escapado de su constante ataque sexual. La luna llena en el centro del cielo y como si estuviera a la altura de sus ojos le pareció un escape, una brisa de aire fresco, o aún en una metáfora más vulgar, una luz en el camino. Ayer Paula se había dado cuenta de algo. Había quedado mal parado. Esto no podría durar mucho más. Hasta que punto perdería? Epifanio se cuestionaba tanto esto como cada uno de sus cortos pasos. Estaba asustado, muy expectante y con alma inmovilizada de todo lo que cargaba. Quería soltar todo su peso aunque eso tenga consecuencias funestas. Fantaseaba ser liviano. Empezaba a tentar el éxtasis de la caída. Obnubilado por el placer inmediato todo comienza a ser relativo. Sueña con el ruido metálico de la cadena cayendo libremente dentro del aljibe con el balde como trofeo. Paula tenía que entenderlo. De ello dependía su casa. Podía renunciar, pero que mas da, ya había llegado hasta allí. Su jefa solo le pedía unos polvos por semana, y en horario laboral. A Paula la amaba, o no. Pero al fin y al cabo, metido en un embrollo, por querer mantener la paz, su vida había terminado ante los zapatos rojos y lustrados del señor más malo.

La noche del lunes había llegado temprano. Paula lo esperaba sentada en la mesa. Mucho lugar no había, el departamento humilde, que habían conseguido gracias al crédito tenía un ambiente y cocina “grande”. Al menos mas grande que el baño y que el placard. Todavía no habían podido comprar las sillas, unos polvos más y hubiesen llegado. Ya sabía todo, alguien se lo había dicho. Pregunto a Epifanio si imaginaba de lo que era capaz. Estaba enfurecida. Sin embargo Epifanio recordó el sonido de la cadena. Le resulto orgásmico. Al fin se le perdió el balde en el fondo del aljibe. Ese aljibe no sirve más. Así que, ni corto ni perezoso, puso una a una sus remeras y pantalones en un bolso. Agarro un paquete de tic – tac que habían comprado en la caja del súper y sin mirar atrás se despidió rápido sin saber muy bien a donde ir. Siempre fue vago pa` remontarla tan de atrás, mejor empezaba de nuevo. Desde ya, Paula no pensaba lo mismo.

III

A las cuatro quedó marcado el hecho. Palermo fue su último escenario. Una bala atravesó su pecho. ¿Quien y cuanto habrán pagado por tan miserable y cruento atentado? Aquí ya no importa de quien ha sido el disparo.