jueves, 20 de diciembre de 2007

Irónico futuro siempre mirado desde el pasado

Hoy el regocijo se encuentra en la lucha, porque la victoria, a ojos vista, queda difusa. En la ironía reto a los que acostumbran vivir sin saber por qué. Hoy nos abandono la causa. Pavadas. Los pocos que lleguen deben velar por los que no tuvieron largada. Evidentemente hay algo que nos separa, y no es la esperanza. Es la actitud de la ilusión, cuya fuerza reside en la insistencia, la negligencia y más que nada, en la tozuda idea de que todo sea verde y lleno de estrellas.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Laurel

I

Prestigio buscaban los de antes. Ahora se había convertido en un oficio más comunacho. En el gremio ya se quejaban, él lo sabía porque a veces trabajaban en equipo, eran pocas, sin embargo hacía unas semanas le había tocado y tuvo oportunidad de juntarse con dos compañeros. Hablaron largo y tendido. No se si llegaban a ser gremio, pero el solo hecho de que lo discutieran muestra un panorama. Laurel estaba dándose una ducha cuando lo llamaron de la oficina y le dijeron que a las tres en Palermo tenía una tarea. Atendió, entre el vapor del baño, su teléfono inalámbrico que reposaba arriba de la toalla que dejaba siempre sobre el inodoro. Salio despacio, se secó con especial hincapié las axilas. Hacía poco había tenido que soportar un hongo que lo tuvo loco por mucho tiempo y la verdad que para el trabajo molestaba, un picazón de improvisto en las axilas podía ser mortal, pero para un objetivo equivocado, y eso si que jamás se lo perdonaría. Ayer había tenido una buena noche entre amigos, había terminado con algo que hacía tiempo lo inquietaba, su relación con Patricia. Desde el verano que no andaban bien. No se peleaban casi nunca, pero entre sus conversaciones la ironía bailaba una pieza larga. Tardó en darse cuenta, la ironía es un arma que rasga pero arde más tarde y por un tiempo prolongado. Después de unos segundos se encontró meditando acerca de la decisión que había tomado. Volvió a la realidad cuando la toalla ya le raspaba de tanto pasársela, poco más y se sacaba lustre. La noche había empezado tranquila, en el bar de Jorge, en medio del nuevo soho de Buenos Aires. Es el más modesto, la verdad que la pegó el negro, antes era un almacén y ahora con un par de milanesas caseritas y unos pancitos condimentados había pasado a formar parte del lugar más progre de la ciudad. Aparte si sos viejo y progre sos dos veces progre. Ayer las cervezas salían como si las sacaran con un aljibe por debajo de la tierra, sin embargo Laurel estuvo medido e intercalaba una pinta con un vaso de agua mineral. Sonreía con los amigos cuando del otro lado del vidrio apareció Patricia. Sin escándalos, lo miró, él sabía a que venía. Se abrazaron fuerte parados sobre la vereda - así no tiene sentido - todavía esas palabras le resonaban. Animarse a decirle adiós, animarse a verla partir. Después volvió a la rueda de cervezas que todavía conservaba entusiasmo por parte de los comensales que respetaron su silencio póstumo. No dijo nada porque cada vez que hablaba de su vida temía que le pregunten por su trabajo. No le daba vergüenza pero parte de su cachet estaba relacionado con su anonimato.

II

Que atrevida esta vieja, pensaba Epifanio, luego de haberse escapado de su constante ataque sexual. La luna llena en el centro del cielo y como si estuviera a la altura de sus ojos le pareció un escape, una brisa de aire fresco, o aún en una metáfora más vulgar, una luz en el camino. Ayer Paula se había dado cuenta de algo. Había quedado mal parado. Esto no podría durar mucho más. Hasta que punto perdería? Epifanio se cuestionaba tanto esto como cada uno de sus cortos pasos. Estaba asustado, muy expectante y con alma inmovilizada de todo lo que cargaba. Quería soltar todo su peso aunque eso tenga consecuencias funestas. Fantaseaba ser liviano. Empezaba a tentar el éxtasis de la caída. Obnubilado por el placer inmediato todo comienza a ser relativo. Sueña con el ruido metálico de la cadena cayendo libremente dentro del aljibe con el balde como trofeo. Paula tenía que entenderlo. De ello dependía su casa. Podía renunciar, pero que mas da, ya había llegado hasta allí. Su jefa solo le pedía unos polvos por semana, y en horario laboral. A Paula la amaba, o no. Pero al fin y al cabo, metido en un embrollo, por querer mantener la paz, su vida había terminado ante los zapatos rojos y lustrados del señor más malo.

La noche del lunes había llegado temprano. Paula lo esperaba sentada en la mesa. Mucho lugar no había, el departamento humilde, que habían conseguido gracias al crédito tenía un ambiente y cocina “grande”. Al menos mas grande que el baño y que el placard. Todavía no habían podido comprar las sillas, unos polvos más y hubiesen llegado. Ya sabía todo, alguien se lo había dicho. Pregunto a Epifanio si imaginaba de lo que era capaz. Estaba enfurecida. Sin embargo Epifanio recordó el sonido de la cadena. Le resulto orgásmico. Al fin se le perdió el balde en el fondo del aljibe. Ese aljibe no sirve más. Así que, ni corto ni perezoso, puso una a una sus remeras y pantalones en un bolso. Agarro un paquete de tic – tac que habían comprado en la caja del súper y sin mirar atrás se despidió rápido sin saber muy bien a donde ir. Siempre fue vago pa` remontarla tan de atrás, mejor empezaba de nuevo. Desde ya, Paula no pensaba lo mismo.

III

A las cuatro quedó marcado el hecho. Palermo fue su último escenario. Una bala atravesó su pecho. ¿Quien y cuanto habrán pagado por tan miserable y cruento atentado? Aquí ya no importa de quien ha sido el disparo.

sábado, 20 de octubre de 2007

Espacio público

Cuando decidí que era tiempo de publicar lo que escribía no se me ocurrió mejor escudo que plantear la duda en la dirección de mi Blog. Me costaba tanto publicar que dejar marcado su condición de cosa pública me pareció la mejor defensa. Sin lugar a dudas este es un espacio para convidar. La idea era poder convidarles y compartir. Hoy me han convidado, a mí, un cuento. Entonces esto de compartir y convidar se va haciendo realidad. Espero que quien quiera compartir en este espacio lo haga y que ante la duda.... lo publique, así como lo hice yo.

Ante el público presente comparto este cuento hermoso que me han convidado. A su autor se lo agradezco.

Bienvenidos sean los confites.

COTIDIANO

Como todos los días, Pablo salía del trabajo con su mochila colgada al hombro derecho camino a la facultad. Como era previsible por ser una tarde de diciembre en Buenos Aires, el asfalto de la avenida marcaba una temperatura cercana a los 42ºC. La primera gota ya había pasado el nivel de las sienes y empezaba a recorrer los pómulos para acomodarse en el cachete. Con el antebrazo de su camisa, Pablo secó su cara y siguió con su andar firme. Para su suerte, ya no se detenía a escuchar las bocinas de los autos, el rugir de los colectivos, los insultos de los conductores, casi tan creativos como los insultos de los caminantes. En sus primeros días de residencia porteña, cuando llegó de su pueblo natal situado a sólo trescientos treinta kilómetros, estos sonidos llamaban realmente su atención.

Al cruzar la plaza, pasó por al lado de unos veinte o treinta manifestantes que reclamaban por algún derecho que creían justo que les otorguen. Se apenó al ver que no eran tenidos en cuenta ni por los supuestos receptores del reclamo, ni siquiera por la misma gente que caminaba por al lado de ellos. Decidió acercarse, aunque sabía que ya no iba a poder llegar a horario a su clase, para internalizarse con el problema y si era posible aportar lo que esté a su alcance. Pero su pena creció cuando uno de los manifestantes no supo explicar por qué estaban gritando y golpeando los bombos. Decidió seguir con su camino.

Cuando al fin llegó a la facultad, luego de un congestionado y sofocante viaje en subte, vio que la puerta estaba ocupada por estudiantes que no permitían el acceso al antiguo edificio. Se detuvo por un instante, pero sin darle demasiada importancia al hecho, siguió en dirección al interior del establecimiento. Dentro de las posibilidades que manejó, jamás pensó que tres de los estudiantes lo iban a empujar por las escaleras hasta la vereda amenazándolo con darle una golpiza si intentaba nuevamente ingresar. Asintió con la cabeza y sin omitir una palabra, dio media vuelta y emprendió el viaje a su casa con un sentimiento de indignación y bronca atravesado en el pecho. Estando sentado en el colectivo creyó que iba a llorar pero se sorprendió al darse cuenta que su frialdad no se lo permitía. Esta sensación era nueva para él, nunca imaginó que este tipo de hechos los iba a poder digerir tan rápidamente.

La casa de Pablo estaba bastante alejada de las zonas céntricas de la ciudad. Debía bajarse al final del recorrido que hacía el colectivo, motivo por el cual se dejaba llevar por los vaivenes del vehículo y comúnmente caía en profundos sueños sin miedo a pasarse de su parada y perderse. Ese día, no fue la excepción. El chofer moviéndolo un poco de los hombros, le dijo en un tono grave: “Pibe, llegamos. Te tenés que bajar”. Habrá sido por lo que acontecía en sus sueños o por lo repetida que era esa situación con exactas palabras de parte del conductor, Pablo le sonrío, realizó un gesto de agradecimiento, se colgó la mochila al hombro y se bajó. Le quedaba caminar las mismas cuatro cuadras de siempre y ya estaría en su casa, a la que tanto disfrutaba arribar.

Llegando a la esquina, luego de saludar a Mario, el dueño del almacén, y a Celia, la famosa abuela de los veintiún gatos, lo interceptaron dos chicos. Uno estaría recorriendo la escuela secundaria; el otro aún se lo podría considerar como una criatura, al que su edad no pasaba el dígito. Sin darle tiempo a entender lo que estaba pasando, los dos niños le gritaron que les dé el dinero que llevaba en el bolsillo. En ese momento se acordó de su madre que siempre le decía “Pablito, nunca estés con la plata justa. Nunca sabés si la vas a necesitar”. Automáticamente, Pablo estiró su mano entregando la mochila acatando el pedido. El mayor de los interceptores la revisó y al ver que sólo había libros, cuadernos y algunas monedas sueltas, sacó un revolver del bolsillo de la campera y le disparó tres tiros en el pecho a Pablo.

Tres días después, un oficinista abre el diario y en la última página de la sección policiales, en la parte inferior derecha, lee un recuadro donde todo lo que decía era: “Martes pasado, adolecente de 21 años muere baleado por dos chicos de 14 y 9 años. Intentan robarle su mochila y como se resiste, le disparan tres tiros en el pecho. Es el séptimo caso en el mes de asesinato por robo en ese mismo barrio.” Mira su reloj y cierra bruscamente el periódico. Estaba llegando tarde a su trabajo.

martes, 16 de octubre de 2007

El Balcón

Aburrido ya de escuchar, se para y arrima su trasero junto a la estufa. Miguel sabe que ese es el hueco permitido para apartarse brevemente de la mesa, aunque no tenga frío. Con el murmullo de la sobremesa de fondo comienza a mirar el balcón con cierto cariño y una pizca de nostalgia. Su baranda plateada ya gastada por los años, la reja que la une al piso y las baldosas de patio viejo junto a un montón de plantas, hacen que uno no le de pelota al oxido acumulado durante años en esos hierros ya no tan confiables. Damián pregunta algo indescifrable para su oído que ha dejado de prestar atención a su función de escuchar. Con un movimiento de muñeca desestima su no respuesta y sigue con su cuento. Para Miguel el mundo se va cerrando en ese ventanal que separa el adentro y el afuera con solo una lamina transparente. Es raro, pero este pedacito de patio en lo alto a modo de visera, no esta enrejado. Es difícil encontrar uno de estos en Buenos Aires, a todos nos han impuesto ver nuestra ciudad en lo alto a cuadrille, supongo que por miedo al hombre araña o alguna de esas fantasías citadinas.

Damián se da cuenta que Miguel mira fijo hacia el ventanal y concentra toda su atención allí. Gustavo lo increpa al grito de: “boludo… estamos acá he…”. Miguel ve un cielo claro y algo pertrecho a causa del hollín de la ciudad. En el horizonte se ve la diferencia de marrones que se terminan convirtiendo en celestes, y que Miguel imagina rosados al atardecer. Ya casi sentado sobre la estufa y algo acalorado, también comienza a sentir como las gotas de sudor recorren su cuerpo. Piensa en el gran momento. Piensa si comunicarlo o sólo correr hacia el vacío. Miguel comienza a ver en escena como Gustavo se acerca con una sonrisa un poco cargándolo por su autista actitud y un poco preocupado por la misma razón. Con la palma de la mano, en ángulo recto con su brazo, Miguel lo frena y con un impulso desafiante corre hacia el ventanal para abrirlo. Todos se ponen de pié pero nadie hace nada. Miguel con las gotas del calor que le había proporcionado el tiempo delante de la estufa abre la puerta corrediza, se acerca a la baranda, la toma con las dos manos y con una pirueta digna de rusas y chinas se posa de cabeza apuntando con sus pies al cielo. Sus brazos tiemblan y con los dientes apretados y una sonrisa como a punto de tirarse por un trampolín y posando para la foto, mira a sus amigos de toda la vida perplejos ante ese espectáculo increíble de su amigo suicidándose sin previo aviso. Mariana larga el primer sollozo y con un entrecortado “no lo hagas” junta sus palmas como implorando algo que aunque se arrepintiera ya parecía ineludible. Solo quedaba esperar la caída. En la cabeza de Gustavo ya sonaba el ruido estremecedor del cuerpo de su amigo contra el asfalto, su corazón quedo sin latir en ese segundo. Miguel doblo las muñecas, flexionó los codos y tomando impulso se arrojo en forma de mortal hacia abajo. Un grito ensordecedor de la única mujer en escena completa el cuadro aterrador. Tardó menos de un segundo y medio en volver a subir. Miguel sabía volar, lo había descubierto hacía poco y quería que sus amigos lo sepan. Desde ese mismo instante en el que lo vio igualito a Peter Pan, Mariana no le hablo más. Damián y Gustavo construyeron una tabla de donde agarrarse y atándosela con unas sogas a la espalda supieron disfrutar de unos cuantos cigarros en las nubes.

martes, 9 de octubre de 2007

SIESTA

El ojo medio pegado, como cremallera de cierre a la que pareciera le falta aceite, se abre entre la penumbra que amenaza con ser noche pero que aun no se ha podido realizar. Es casi orgásmica la apertura ojal post siesta. El cielo de color naranja esta dejando de serlo. Los labios paposos se abren y cierran dándose el permiso de pegarse para volver a separarse. Cada vez que la boca se abre la lengua va en busca de un chasquido. Mueve una mano en forma circular como queriendo dibujar en la nieve el ala de un ángel, arriesgando así, su primera evidencia de vida. El brazo recorre la cama y el inconsciente espera que se trabe ante un cuerpo suave. Se rasca la garganta para darle a conocer al polvo que lo acompaña que se ha despertado. Estira sus huesos y con un leve pero contraído aullido se recuerda donde esta. La ceremonia concluida del despertar. Un hilo tan fino e inconsciente que tarda en descifrar. Es una suerte levantarse en el momento justo en el que todavía algún rayo de luz se resiste a la amargura del sol por retirarse siempre tan temprano. Se levanta de la cama y sabe que es lo que tiene que hacer. Un café.

Salir de su casa será difícil y es probable que el correr de la noche, en un principio prejuicioso, se le haga cuesta arriba. Sin embargo sabe que apostando algunos chelines la cosa cambia considerablemente. Se recuesta sobre su hombro una vez más antes de convencerse que esa puerta lo llevara a hacia algo entretenido. La puerta de su cuarto es su primer obstáculo material y mental. Así que la vuelve a observar detenidamente, es la misma puerta que horas antes lo había visto irse a trabajar. La misma que con fascinación vio al llegar. Ahora es una puerta distinta, como también habían sido las otras. La puerta contigua a la cama, la ubica con su próximo desafío, o su próximo trámite, por allí tenía que pasar para salir al pasillo, ya se iba incrementando su mapa mental.

Una brisa de aire fresco le rosa la cara al doblar el picaporte y tirar de él. La corriente que aparece al abrir la puerta es mínima pero ampliamente refrescante. Todavía siente su cara hinchada.

Marcando las horas el reloj en la pared envuelve la mirada y concentra la atención. Una mujer casi bella, casi flaca, y casi simpática lo esta mirando. Son todos esos casi lo que lo hacen dudar. Aparentemente se encuentra acompañada. Un hombre y una mujer la tratan de forma amigable. En diagonal, unos pasos más atrás, en dirección suroeste, una tortuga recorre el salón. Su paso es lento y despreocupado, aunque con las tortugas nunca se sabe. La mirada de la tortuga se vuelve hacia el y hacia la mujer con un arqueo de cabeza propia de una marioneta sobre las piernas de su ventrílocuo. Muy pronto la mirada de la mujer y la de la tortuga se enfrentan creando una atmósfera lineal que se podía ver si uno observaba fijo y prestaba mucha atención. Y así lo hacía él desde su silla pudiendo constatar la teoría. Una línea densa unía las miradas de la mujer y la tortuga de manera no amigable. La pareja que la acompañaba ya se había retirado, casi por naturaleza. Su perplejidad no se lo permitió, la tortuga se la llevó.

Ya es tarde, recostado sobre su hombro se lo recuerda, mejor métete devuelta en la cama, se dice en vos alta…