martes, 16 de octubre de 2007

El Balcón

Aburrido ya de escuchar, se para y arrima su trasero junto a la estufa. Miguel sabe que ese es el hueco permitido para apartarse brevemente de la mesa, aunque no tenga frío. Con el murmullo de la sobremesa de fondo comienza a mirar el balcón con cierto cariño y una pizca de nostalgia. Su baranda plateada ya gastada por los años, la reja que la une al piso y las baldosas de patio viejo junto a un montón de plantas, hacen que uno no le de pelota al oxido acumulado durante años en esos hierros ya no tan confiables. Damián pregunta algo indescifrable para su oído que ha dejado de prestar atención a su función de escuchar. Con un movimiento de muñeca desestima su no respuesta y sigue con su cuento. Para Miguel el mundo se va cerrando en ese ventanal que separa el adentro y el afuera con solo una lamina transparente. Es raro, pero este pedacito de patio en lo alto a modo de visera, no esta enrejado. Es difícil encontrar uno de estos en Buenos Aires, a todos nos han impuesto ver nuestra ciudad en lo alto a cuadrille, supongo que por miedo al hombre araña o alguna de esas fantasías citadinas.

Damián se da cuenta que Miguel mira fijo hacia el ventanal y concentra toda su atención allí. Gustavo lo increpa al grito de: “boludo… estamos acá he…”. Miguel ve un cielo claro y algo pertrecho a causa del hollín de la ciudad. En el horizonte se ve la diferencia de marrones que se terminan convirtiendo en celestes, y que Miguel imagina rosados al atardecer. Ya casi sentado sobre la estufa y algo acalorado, también comienza a sentir como las gotas de sudor recorren su cuerpo. Piensa en el gran momento. Piensa si comunicarlo o sólo correr hacia el vacío. Miguel comienza a ver en escena como Gustavo se acerca con una sonrisa un poco cargándolo por su autista actitud y un poco preocupado por la misma razón. Con la palma de la mano, en ángulo recto con su brazo, Miguel lo frena y con un impulso desafiante corre hacia el ventanal para abrirlo. Todos se ponen de pié pero nadie hace nada. Miguel con las gotas del calor que le había proporcionado el tiempo delante de la estufa abre la puerta corrediza, se acerca a la baranda, la toma con las dos manos y con una pirueta digna de rusas y chinas se posa de cabeza apuntando con sus pies al cielo. Sus brazos tiemblan y con los dientes apretados y una sonrisa como a punto de tirarse por un trampolín y posando para la foto, mira a sus amigos de toda la vida perplejos ante ese espectáculo increíble de su amigo suicidándose sin previo aviso. Mariana larga el primer sollozo y con un entrecortado “no lo hagas” junta sus palmas como implorando algo que aunque se arrepintiera ya parecía ineludible. Solo quedaba esperar la caída. En la cabeza de Gustavo ya sonaba el ruido estremecedor del cuerpo de su amigo contra el asfalto, su corazón quedo sin latir en ese segundo. Miguel doblo las muñecas, flexionó los codos y tomando impulso se arrojo en forma de mortal hacia abajo. Un grito ensordecedor de la única mujer en escena completa el cuadro aterrador. Tardó menos de un segundo y medio en volver a subir. Miguel sabía volar, lo había descubierto hacía poco y quería que sus amigos lo sepan. Desde ese mismo instante en el que lo vio igualito a Peter Pan, Mariana no le hablo más. Damián y Gustavo construyeron una tabla de donde agarrarse y atándosela con unas sogas a la espalda supieron disfrutar de unos cuantos cigarros en las nubes.

2 comentarios:

PH en alquiler! dijo...

esa papaaaaa que quiebre inesperado al final!! muy bueno!! a ver cuando llevas a los pibes a fumar unos cigarros a las nubes!

Anónimo dijo...

Siempre ahí en la pirueta... pués señor recorde una cita de no sé que señor, creo que de Sazt, "Uno siempre se salva de lo que vive y yo soy inmorible"...

Me conmovio, me gusto, también creo que tiene ese aire a "Crisalida", un cuento de Ray Bradbury, cuento que quiero mucho.

Un abrazo.

Hele.